"a mi amiga Mayela... el mejor ejemplo"
El auténtico gusto por lo natural es algo que nace con la gente, está en los genes. De allí que desde que el mundo es mundo, han existido grupos e individuos cuyas opciones siempre apuntan en esa dirección. Si van a la playa, prefieren aquella apartada del mundanal ruido, lejos de las aglomeraciones, donde realmente pueden disfrutar del mar, la arena, la brisa, nadar, conversar, tumbarse al sol cual lagartos, no necesariamente abstemios ni vegetarianos, se valen cervezas heladas o una escoses en las rocas, platos fríos, cocina práctica y la mejor compañía, ¿qué más se puede pedir?. Si el asunto es en el campo o la montaña, pues esta gente se irá a una cabaña cómoda y tranquila, quizás a alterar la paz del lugar, pero eso sí, en exclusiva, entre amigos y lugareños de confianza.
O acampará en carpa o refugio en medio de la selva, en absoluta armonía con el resto de los pobladores del eco-sistema, sean insectos, culebras o pajaritos.
A la hora de comprar ropa y accesorios, la gente “natural” compra prendas nobles, de algodón, lino, seda, cuero, lana, joyas étnicas, de estilos originales, con contenido, y huyen espantados de ropa y accesorios fabricados en serie y de plástico, imitaciones de lo que sea (mucho menos de pieles), materiales sintéticos, salvo las nuevas telas con nanotecnología, que ofrecen toda clase de agregados como efecto anti-estrés, termo-regulación, monitoreo de funcionales vitales, etcétera. Parece una contradicción pero la new-naturaleza da para eso y más.
En sus cocinas se encontrará cualquier cosa menos cubitos y sazonadores de sobre, para la gente que ama lo natural nada se puede comparar a un buen aliño, condimentos molidos, hierbas y especies, para dar sabor a la comida, insisto, no necesariamente vegetariana. Recuerdo a un amigo que hacía las mejores parrillas del mundo sazonando la carne solo con sal y ajo.
Si el presupuesto no alcanza para coleccionar obras de arte, los naturales se pasean por cuanto taller artesanal de prestigio exista, a la casa de piezas de genuina belleza y origen indiscutiblemente ecológico: gres, barro, arcilla, madera, hierro. Todo rincón artesanal cuenta, desde el desvío de ocho kilómetros en la carretera para llegar al ranchito-taller de Juan y sus seis hijos todos artesanos, hasta la compra con tarjeta de crédito en la Tiendita del Ateneo, o en un centro comercial de lujo, lo importante es el producto.
Pero siempre ha habido gente que aprecia, que ama y valora en toda su dimensión las cosas auténticas, bellas, con la belleza de lo sencillo, simple y original. Lo que sucede es que actualmente la oferta de cosas naturales alcanza dimensiones bíblicas, al punto que ahora los ecologistas son mayoría, al contrario de lo que pasaba hace 50 años atrás, cuando las madres aun servían kool-aid y gaseosas a sus retoños con toda confianza, se fumaba en todos los programas en vivo de la televisión, la pintura de las casas contenía más plomo que color, y los jóvenes se lucían acelerando sus primeros autos hasta botar la mitad del motor por el tubo de escape.
El punto es que la tendencia a adoptar formas de vida más cónsonas con el medio ambiente gana adeptos cada día, por las razones que sean, pero todos sabemos, en el fondo de nuestros corazones, que los ecologistas nacen, no se hacen.